Arequipa, es sencillamente sinónimo de belleza: arquitectura prodigiosa, una exquisita gastronomía, y paisajes sobrecogedores, el todo sumergido dentro de un clima excelente durante todo el año. Recorrer la solemnidad de sus angostas y empedradas calles es encontrar un pedazo de historia viva que invita a su descubrimiento.
Dos cosas cautivan a todo aquel que llega por primera vez a la ciudad de Arequipa: una es la intensa blancura de sus casonas y templos, en especial cuando el sol de la mañana estalla en su cielo azul; la otra es la vista perenne de sus tres volcanes tutelares: el Misti, el Chachani y el Pichu Pichu, cumbres nevadas que, a manera de guardianes, dominan la ciudad y su verde campiña.
Atraídos por la magia del valle del Colca o la aventura de recorrer el valle de Cotahuasi, miles de viajeros llegan cada día hasta esta hermosa ciudad sureña. Visitas obligadas son las del monasterio de Santa Catalina, o al antiguo molino de Sabandía y la elegante mansión del Fundador, dominando la campiña desde donde llegan los aromas a hortalizas frescas que la ciudad convierte en platos incomparables. Arequipa es para caminarla, para sentarse en sus plazas a la sombra de los jacarandás, para disfrutar de un pisco de Majes al atardecer, y sobre todo, para conocer de cerca de su gente, emprendedora y hospitalaria como pocas.
La ciudad de Arequipa cuenta con una oferta de servicios renovada y moderna, la que permite disfrutar de sus muchos atractivos. Aquí es posible combinar las visitas al convento de Santa Teresa o el museo de la Momia Juanita con paseos nocturnos por sus buenos bares y restaurantes, bullentes de actividad. Y si de comida se trata, pruebe los camarones y el rocoto en todas sus formas… no se arrepentirá. Una recomendación final: disfrute del espectáculo de su plaza de armas –repleta de parroquianos– iluminada al atardecer; la ciudad le regalará una imagen que no olvidará.
jueves, 18 de marzo de 2010
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